CADA AÑO, cuando se publica la normativa
anual de pesca, los pescadores nos vamos
acostumbrando a que se nos apliquen
nuevas restricciones. ¿Hasta cuándo? Bajo
el loable pretexto de preservar las
poblaciones trucheras los cupos se han ido
reduciendo de doce a ocho más tarde a
seis, a cinco y ahora a cuatro truchas. La
talla se ha incrementado de 19 a 21
centímetros. El uso de cebos naturales se
ha limitado cuando no prohibido, se han
creado en todos los ríos tramos sin muerte
y vedados. Se han reducido los días de
pesca, inhabilitando los lunes y dejando los
jueves como día sin muerte. Muchos
acotados se han dejado con cero capturas
y en otros esta norma se aplica a ciertos
días. Ahora cabe preguntarse ¿Ha servido
todo esto para mejorar las poblaciones
trucheras? La respuesta es un no tan
rotundo, avalado por las estadísticas de la
propia Junta, que cuando menos debería
hacer que se planteasen la dimisión
bastantes responsables.
A tenor de lo visto, parece muy claro que
quienes tienen en sus manos las
decisiones han apostado claramente por la
pesca de élite en detrimento de la pesca
tradicional, la que practica la gran
mayoría. Las asociaciones de pescadores
se quejan de que su presencia en los
Consejos es puramente testimonial, que
nadie les hace puñetero caso. Todas salvo
una, absolutamente minoritaria, que
siempre se lleva el gato al agua. ¿De qué
sirve reducir un cupo que casi nadie
consigue? Todos los días vemos en el
Bocyl notificaciones a infractores que no
pagan las multas o a los que ni siquiera se
consigue localizar. Y esas son las escasas
denuncias que se producen en relación a
las infracciones que se cometen. La
reducción del cupo tan solo va a perjudicar
al pescador legal que, en un día de
fortuna, consigue el cupo. Al furtivo le da
igual porque se llevará todas las que
pesque legal o ilegalmente. Pero mientras
tanto los grandes problemas quedan sin
resolverse. Se reducen cupos y tallas en el
Esla cuando de sobra sabemos dónde
reside el problema de este río, que no es
otro que la producción hidroeléctrica por
las compuertas de fondo del pantano. Se
deja sin muerte el embalse de Vegamián
cuando sabemos de sobra que la caída en
sus poblaciones trucheras estriba en la
minicentral de Camposolillo que impide
subir a frezar a los grandes reproductores.
Son dos ejemplos de cómo la
Administración se pliega ante el fuerte, las
eléctricas, y maltrata al débil, los
pescadores. Empresas y ayuntamientos
que contaminan, graveras que destrozan
los cauces, escolleras que encorsetan el río
para ganar terrenos a la especulación,
cormoranes, furtivismo...
¿Hasta cuándo vamos los pescadores a seguir aguantando?